BRONX Y SECUESTRO

BRONX Y SECUESTRO
Comprender que existe una nación en la que la indigencia (“zombis” vivientes de carne y hueso que deambulan sin rumbo por callejuelas oscuras, cubiertos apenas con unos harapos miserables, sus cerebros convertidos en un queso gruyere repleto de telarañas por años de consumo de bazuco, heroína, crispy, mariguana, éxtasis, popper y ketamina) y el secuestro (captura de extranjeros, esclavitud de niñas, adolescentes encerrados, personas violadas y luego heridas con punzones para tirarlas a jaulas con perros hambrientos que las devoran), comprender tal drama es bien difícil para las mentes sanas.
En las redes sociales e internet circulan dramáticos relatos, pero este horror pertenece a la categoría de los peores. Como en un caldero demoníaco, en la olla se suman droga y los mayores delitos del horror.
Este Infierno del Bosco llamado El Bronx en Bogotá está a sólo setecientos metros del Palacio Presidencial, la Alcaldía Mayor de la Ciudad, el Palacio de Justicia, La Catedral Primada y el Batallón Guardia Presidencial. En Medellín, Cali, Barranquilla y otras ciudades existen El Hueco, La calle del H, El Universal... En esos avernos terribles agonizan los muertos en vida tomados por la araña de la droga, el abandono y la derrota. No son seres, no son personas, son humanos medio humanos, o personas partidas por la mitad, almas en pena y cuerpos en llagas.
Treinta mil colombianos vegetan entre escombros malolientes, en rincones repletos de ratas y estiércol humano, en medio de la sangre y la pus, drog―adictos―borrachos, morfinómanos―desechos―putrefactos, satánica combinación de desamparo, intoxicación, parasitismo, renunciación, desesperanza.
Al Tártaro maldito, El Bronx, que ha crecido como un hongo atómico del mal, acaban de allanarlo las autoridades distritales.
Las imágenes transmitidas por la TV, los relatos de los secuestrados, los llantos de niños y ancianos pervertidos, el mugre y la fetidez, los edificios transformados en ratoneras pútridas, los cientos de toneladas de basura, las canecas con ácido para disolver a las víctimas, las rejas manchadas de sangre, las escalinatas teñidas de intestinos y cerebros rotos, explotan ante nuestro atónitos ojos relatándonos hasta que profundidades del mal pueden bajar los seres humanos.
Si así es en la capital de Colombia, así será en el resto de los tenebrosos lupanares de la droga que, como esporas de hongos de una peste universal tachonan muchos rincones del país.
Erradicar El Bronx, y tantas otras ollas, es un imperativo. ¡Por supuesto! Pero… los miles de infelices que sólo saben vivir junto a los demonios, que no conocen linderos entre el bien y el mal, entre la inconsciencia y la lucidez, el afecto y el abandono, ¿qué será de ellos?
Las causas están a la vista, las consecuencias también… pero ¿la solución?

MAURICIO JARAMILLO LONDOÑO              JUNIO DEL 2016

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