La culebra empelota
LA CULEBRA EMPELOTA Mi mujer gritó como gritan las mujeres con un grado de alarma tal que uno piensa que el mundo se va a acabar, pero al fin de eso se trata, de llamar la atención sobre el peligro. ― ¡Una culebra, una culebra! ―gritaba mi Cucha con el pavor que a esta alimaña y a los ratones tienen las mujeres. A mí, lo confieso sin sonrojarme las arañas me provocan el mismo miedo. Terror absoluto. ― ¿Dónde Cucha, dónde? Nos dirigimos al cuarto con la linterna. No teníamos energía hacía tres días pues el transformador se quemó con un rayo en medio de la tremenda tempestad del lunes. Alumbraba la Cucha y yo no veía moverse nada. ― ¡Allí, allí! ―Miré con atención y vi un forro, un vestido de culebra, el traje elegante que la señora serpiente se había quitado. En el transcurso del día jueves la casa permaneció en silencio y tranquila pues la cerramos con candados al salir madrugados hacia la Sabana de Bogotá. La culebra de un metro y medio de largo, eso medía su piel de la c