UN CUENTO DE NAVIDAD

UN CUENTO NAVIDEÑO

Ebenezer Scrooge, un anciano miserable y tacaño recibe la visita del espectro de su antiguo socio, Jacob Marley, cuenta Charles Dickens en 1843. Guiado por fantasmas, Scrooge  quien odia la Navidad y ama el dinero por sobre todas las cosas, contempla la pobreza y la felicidad hasta finalmente convertirse en un hombre bondadoso que es capaz de disfrutar la fiesta navideña.

Una leyenda irlandesa: Un pajarito, condolido porque el niño recién nacido tenía frío, avivó con sus alas el escaso fuego de la hoguera pero como no calentaba suficientemente el portal de Belén, tomó las pajas de su nido y las lanzó sobre las llamas que crecieron hasta quemar el torso del pajarito. De allí nacieron los petirrojos que tienen color rojo en su pecho.

Babushka era una anciana rusa que fabricaba muñecas artesanales. La convidaron ángeles, luces y truenos a ir a Belén pero ella no quiso hacerlo. Cuando decidió viajar encontró el portal sólo. Babushka entristecida decidió entonces ir de casa en casa en Navidad regalando muñecas.

MI CUENTO NAVIDEÑO
(Homenaje a mi tía Rosita Ocampo)

Llevábamos, Claudia y yo, hospedándonos intermitentemente en el apartamento de mi tía para poder asistir a las fisioterapias de “La Cucha”, operada por segunda vez de su brazo derecho.

Hará una semana que fuimos por última vez… y qué encontramos: una gran cantidad de pesebres regados por mesas, rincones, bibliotecas; pesebres grandes, pequeños, italianos, artesanales, de diverso origen, agrupados o colocados en las repisas con sus figuras caminando hacia el Niño.

Había llegado la Navidad al hogar de mi tía; prendía velas rojas en el comedor en honor del Niño; en una orilla edificó un árbol navideño lleno de velitas luminosas. Mi tía Rosita ama la Navidad y espera la llegada del nacido en Belén rodeada de sus hijos, nietos y bisnietos. Los años han dejado su huella indeleble en ella; a veces le duele el cuello, o la cabeza, o el estómago y en manos de innumerables médicos ha estado a punto de fenecer con algunas fórmulas desquiciadas de galenos que no perciben el lastre de las estaciones.

Pero qué clase de cuento navideño es este, dirán algunos… pues bien, sigamos:

Año 1223; Greccio, Italia, una gruta en el bosque, Francisco de Asís enfermo, creyendo que moriría pronto. Se le vino una idea para conmemorar su última Navidad: construyó una casita de paja a modo de portal, puso un pesebre en su interior, trajo un buey y un asno e invitó a un pequeño grupo de campesinos a reproducir la escena de la adoración de los pastores: se acercaba el día de la Natividad. Cuando todas las familias estaban reunidas en sus casas, las campanas de la iglesia empezaron a tocar solas…  ¡Tocaban y tocaban como si hubiera una celebración especial!… Se asomaron a los portones de sus hogares y vieron a San Francisco llamándolos a ir al bosque, a ver la cueva donde se reproducía el nacimiento del Niño.

792 años después, mi tía Rosita celebrará con su familia la misma ceremonia con igual significado: para ella y sus hijos vendrá de nuevo el Niño y la restauración de la vida, pues esto es lo que significa la navidad. En pleno solsticio de invierno los pueblos nórdicos europeos sentían que se estaba pasando de la temporada de la oscuridad a la de la luz; por su lado los romanos conmemoraban el 25 de diciembre la fiesta del Natalis Solis Invicti o Nacimiento del Sol invicto, asociada al nacimiento de Apolo; curiosamente aztecas e incas también proclamaban el advenimiento de sus dioses Huitzilopochtli e Inti en esta misma fecha. En Antioquía, probablemente en 386, Juan Crisóstomo impulsó a la comunidad cristiana a celebrar el nacimiento de Cristo el 25 de diciembre.

Y AHORA SI:

Los lobos y los osos, los conejos y los linces comparten con los hombres las selvas de Europa; Italia ha encontrado un hombre raro, un personaje incomprendido, un entregado a la naturaleza, un adorador del hermano Sol y la hermana Luna, un ser que renunció a riquezas y oropel: Francesco d’Assisi.

Los campesinos  y comerciantes, los siervos de la tierra, los artesanos como Pánfilo y los eclesiásticos como don Pero viven en un pueblecillo de la Umbría dominado por los duques de Milán.

Un riachuelo grueso y cristalino corre por el pié de las murallas de Asís; el mercado sabatino ofrece setas, codornices, marranos, cereales, vino y algunas vestimentas rústicas que gustan a los aldeanos.

Francisco ha regresado de la guerra y es tal su felicidad, su alegría que sus amigos le preguntan si piensa casarse y él contesta: “Estáis en lo correcto, pienso casarme, y la mujer con la que pienso comprometerme es tan noble, tan rica, tan buena, que ninguno de vosotros visteis otra igual”: esa dama era La Pobreza.

Francesco ha oído voces, ha sido llamado por su Verdad, comulga con ella y escucha un sonido celestial que dice: “No lleven monedero, ni bolsón, ni sandalias, ni se detengan a visitar a conocidos...”. Francisco viste de monje, y reposa en la sombra de los  árboles junto a las lechuzas y los grillos. Sus hermanos, frailes como él, le siguen; hacen obras de caridad, protegen a los pobres, curan a los enfermos, sanan a los leprosos, aman a su Dios, a su Virgen, a su Niño. Francesco ayuna, ora, ofrece su cuerpo a su Señor; funda la Orden y expande su luz de amor y solidaridad por los senderos empedrados de la bota italiana, la arisca España y la bellísima Francia.

Una noche gélida, pues la nieve y los vientos recorren ululantes y pálidos las colinas que colindan con los montes Apeninos, este asceta iluminado, generoso y humilde fija sus ojos en un rincón de la montaña  más cercana: ve una cueva, la inspecciona, encuentra en ella agua y añoranzas.

Francisco de Asís está débil y enfermo. Lleva muchos días castigando su cuerpo, sangrando por unas extrañas llagas que le laceran manos y pies, cree que va a morir. Esa caverna misteriosa pero amable le atrae; reposa en ella varios días, ayunando. Se sienta en una piedra  al borde del boquete y se le ilumina el alma:

Aquí voy a celebrar el nacimiento del Señor, mi Dios ―su Dios― pues en un lugar como este, hace 1223 años, los padres putativos del Cristo le acompañaron en su aparición entre los hombres.

Llamó a pastores, productores de heno, boyeros, siervos de la tierra, a una campesina y a su discípulo Bernardo para representar la llegada del Hombre a Belén. Tañeron las campanas del convento, cesó la nevada, se aquietó el aire, vieron los faroles en la montaña, Francisco los llamaba.

Asistieron todos los de Asís, la romería fue grande, ancianos, niños, abuelas, mujeres, amigos del fraile, todos, en las horas de la noche extrañamente tranquila se dirigieron a la cueva, vieron la creación de San Francisco: había nacido el Pesebre y renacido la Navidad.

MAURICIO JARAMILLO LONDOÑO              Diciembre del 2015






Comentarios

  1. Recordemos que la navidad la celebramos recordando el nacimiento de Jesús en nuestros corazones y festejando que Dios se hizo hombre para acercarse a nosotros, entendernos,entregar su vida y redimirnos del pecado,y que todo lo hizo por amor! Bonito tu cuento,FELICITACIONES.

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