LA CARNICERÍA
LA CARNICERÍA HUMANA. Tengo que enviarle a Doña Leovigilda dos costillas y un trozo de nalga tersa, pensaba el carnicero del pueblo que afanado por llegar a su trabajo corría loma abajo hacia su comercio. Desde que la Orden había sido la de «perseguir a sangre y fuego a todo aquel que hubiese delinquido en el pasado», mi ‘fama’ se convirtió en la mejor carnicería del pueblo. Me llegaban a diario muchos cuerpos, algunos enteros otros despedazados pero con el paso de los meses mis proveedores entendieron que yo no pagaba bien por cuerpos mutilados o en mal estado, y ni pensar en dar dinero alguno por cuerpos en descomposición. El precio de la carne humana era bueno siempre y cuando fuese tierna, pulcra y se le hubiese retirado vísceras y entresijos inútiles. Naturalmente que un hígado de buena presentación, casi palpitante y fresco, unos riñones que podrían ser adobados al ajillo bien limpios de orines, un corazón sin muchas venas, uno sesos que con una receta que a continuació