¿VAMOS HACIA LA BARBARIE?


¿VAMOS HACIA LA BARBARIE?
Mi querido hermano Armando me envió un video francés donde aparece un negro grande, gordo y feo que proclama a los cuatro vientos la caída de Occidente y el desprecio por la civilización que conocemos desde Homero, Aristóteles, Julio César, Cristo y Colón en adelante. El documento es brutal, violento, impactante. Anuncia que el orden, la cultura, la justicia y la autoridad que practicamos desde Grecia hasta nuestros días está condenada a desaparecer a manos del Islam y la Shaira. Los actos que se ven en la pantalla demuestran el desprecio de la contracultura radical musulmana por este lado del mundo. La violencia rampante acompaña las palabras del gordiflón inmundo.
Una profunda reflexión me provocó el video. ¿Esta especie, la humana, sobrevivirá a sí misma?, ¿Destruirá no solo su entorno sino su condición de especie social, colectiva, gregaria?, ¿Podrá evolucionar hacia formas superiores de convivencia o será sometida, como en el nazismo, a la esclavitud del más fuerte sobre el débil?, ¿La religión, la antipolítica, la anarquía, el desprecio absoluto por cualquier forma de autoridad posibilitará nuestra supervivencia?
La destrucción monstruosa del medio ambiente y la incapacidad del hombre de convivir en armonía con la naturaleza y su entorno lo lleva gradualmente a la catástrofe sin que el asunto ‘preocupe’ al Planeta pues al fin y al cabo somos una aparición muy tardía de los animales placentarios. Gaia, La Tierra, se encargará de nosotros sin ‘importarle’ un ápice si continuamos este catastrófico comportamiento. 
La sistemática ‘ofensa’ al medio ambiente provocada principalmente por la economía del carbón, el petróleo y el automóvil particular que no sólo pavimentó el planeta sino que le repletó de gases efecto invernadero, sumado a que los seres humanos cada vez somos más agresivos y violentos. ¿Por qué?
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Uno se imagina que en las cavernas de África, al llegar la tarde luego de una cacería extenuante, con los peludos brazos rayados por las breñas, la faz sudorosa y sucia enarcada por unas protuberantes y espesas cejas sobre los ojos, la pelamenta revuelta y la presa arrastrada probablemente un simio muy cercano biológicamente a nosotros, casi despellejada, lista para caer en el fuego sagrado, en ese momento Adán miró a Eva y le gritó algo salido de las entrañas, un berreo gutural que solo ella entendía. Eva se agachó y dócil se dejó ‘servir’ de ese semihumano que a pesar de su cansancio no resistía la tentación de dominar a su hembra. Así hacen los bonobos: ¡gritan, pelean por su territorio, sus hembras son dóciles objetos sexuales!
A pesar de tan primario comportamiento ellos dos habrían edificado algunas reglas y señales que impedían que Adán matara a Eva, o que Eva huyese dejando a Adán sin compañía, sin descendencia, sin residencia, sin hogar.
Estas reglas que cada vez se fueron volviendo más y más complejas hasta permitir que Adán (quien murió a los 930 años), Eva su esposa, y sus hijos Caín, Abel y Set (quienes se reprodujeron ‘mágicamente’ pues la pareja primaria no tuvo hijas), ellos, los cinco poblaron cuevas y llanuras hasta formar sociedades que evolucionaron como hoy las conocemos, diversas, muy diferentes entre sí pero… ¡ reglamentadas!
Si la barbarie, el crimen, la violencia, el asesinato, el robo, la contumacia, la perfidia hubiesen sido el sino de estas tribus embrionarias y de las que les sucedieron, simplemente hoy no existiría la sociedad contemporánea. ¡Sangre contra sangre nos hubiese arrasado, no hubiésemos sobrevivido! Luego las normas, las leyes, los mandamientos son la base de nuestro existir.
Sin embargo, en la edad de la cohetería, el internet, las vacunas, el acero, la inteligencia artificial presenciamos, ahora, batallas planetarias entre musulmanes y cristianos; budistas e hinduistas; nacionalistas y corporaciones. En Myanmar expulsan a los rohingyas, en Yemen se matan entre hutíes y suní wahabistas; en Siria kurdos, turcos, iraníes, se destripan como ratas enfurecidas; China persigue a los musulmanes que viven en territorios cercanos al desierto del Gobi; Pakistán y Afganistán sufren a los talibanes, la India odia a los paquistanies; África padece guerras civiles y tiranías malditas.
En Europa renace el fascismo racista, los inmigrantes se enfrentan a las fuerzas policiales y a la población fanática. En América Latina expatriados huyen del hambre y las dictaduras.
Voces que parecen alaridos de hienas revientan medios de comunicación; individuos transformados por el ‘Síndrome de Hubris’ gobiernan a mandoblazos llevando a sus comunidades al Averno, a pesar de que «la divinidad tiende a abatir todo lo que descuella en demasía».
Pareceríamos un Planeta enfermo, no sólo por nuestro espíritu depredador sino por nuestra condición violenta. ¿Saldremos avante? ¿Sobreviviremos?
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Y aquí, en esta patria, en esta matria, en este ‘matadero universal’ como diría Fernando Vallejo, se levantaron en armas campesinos liberales trastocados en comunistas y luego en narcoguerrilleros, quienes ante la carencia de Estado ocuparon con la fuerza de las armas buena parte de los llamados territorios nacionales, tierras periféricas pero fecundas.
Llegó entonces, finalizando el siglo XX e iniciando el XXI el momento del todo o el nada, del blanco y el negro, de definir el destino. Se formaron a la sazón una infinidad de bandas armadas antiguerrilla que devinieron en grupos narcoparamilitares. Algunas fracciones del Ejército Nacional, con el guiño de las autoridades, se aliaron con estas bandas y cometieron atropellos y bellaquerías terribles. La consigna era: «Hay que matar cuanto guerrillero encuentren», y entonces mataron a cuanto pobre descamisado localizaban, a cuanto vago sucio hallaban, a cuanto mariguanero aparecía, y si hacía falta reclutaban en las barriadas populares a muchachos destinados por esta guerra sucia al “matadero universal”.
En esta Guerra, con mayúsculas, se definieron los bandos: «¡No más Farc!», dijeron muchos. Y estos narco-guerrillos arrinconados por la balacera, llevados por la fuerza de la plomera a los bordes del territorio patrio, buscaron «La Paz».
Y el Estado, sus instituciones, la mayoría de las fuerzas políticas y sociales dijeron: «Hagamos la Paz». Y, con oposición en las urnas, pero acuerdos en la práctica se pactó la enésima Paz en la Colombia de las armas, la violencia y la barbarie.
Hoy los hechos, el acontecer político, la sociedad mayoritariamente ratifica esa decisión de Paz, imperfecta, discutible, plagada de errores pero frágil Paz al fin y al cabo.
Naturalmente, y era de esperarse, decenios de brutalidad armada dejaron un rastro indeleble en el alma de muchos, y algunos, bastantes por cierto, siguieron disparando, secuestrando, y por sobre todo narcotraficando.
La gasolina de los que persisten en la guerra es el cultivo de coca, mariguana y amapola.
¿Cómo derrotarlos? ¿Cómo traer la paz verdadera?
Con las armas del Estado, en primer lugar; y con la construcción de la equidad social y la inversión multilateral de los recursos del presupuesto público en las zonas más pobres, más deprimidas, más proclives a dejarse seducir por la maldad. ¡No hay otra solución!
Y hay que recordar, nunca olvidar, nunca, nunca que el Estado se hizo para proteger al débil, y no para perseguir al fuerte.
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Brinco entonces a algo concreto, a lo que hablé con el taxista Cristian, habitante de El Tintal cerquita de Patio Bonito, hombre de las barriadas pobres de Bogotá.
Nos montamos mi mujer y yo en su Uber X y como cosa rara yo empecé a sacarle la lengua, a oírlo pues los taxistas representan como ninguno la voz del pueblo, el chisme ciudadano, el rumor de la urbe y el alma de la nación. Ellos oyen, ven toda clase de asuntos desde noviazgos frustrados, matrimonios desechos, reconciliaciones amorosas, engaños, trampas a la pareja, hasta conversaciones de hampones, llamadas de parlamentarios, recursos de abogados, en fin, se enteran como nadie de la realidad, de los padecimientos y logros de la gente. Por eso oír a un taxista me conecta con el latido de la sociedad, con las palpitaciones cardíacas de mi país. Y aún más si usted habla con un taxista capitalino usted navega esplendorosamente por los circuitos sanguíneos de la colectividad.
Cristian habla mal de Peñalosa, el actual alcalde bogotano quien en su arrogancia simiesca ha desperdiciado decenas de oportunidades para acercarse a los humildes; y habla bien de Petro; a él lo adoran en el Sur, dice Cristian, pues se dedicó a tratar de gobernar para los más pobres, a darles puestos, a bajar el precio del agua y del Transmilenio, a recoger la basura en camiones públicos y no privados… A gastar a manos llenas digo yo sin importar los recursos.
Cristian vive cerca del Tintal, sale a las cinco de la mañana y regresa a su casa a las diez de la noche, triturado, maltrecho, cansado. Come lo que su esposa le tiene caliente, da un beso en la frente a sus dormidos hijos, y cae en la cama como un buey inerme. Cristian no ve horizonte para los pobres, piensa que todo va a seguir igual, que por más esfuerzos que se hagan siempre habrá humildes, desgraciados y condenados mientras un manojito de ricachones gozará de lo lindo y gobernará como se le da la gana.
Cristian no es pesimista, dice él, sino realista: desde los orígenes de la vida hay pobres y ricos, y sólo en el Cielo habrá posibilidad para que todas las almas sean iguales, sólo allá: ¡Cristian es un cristiano devoto!
Pero, Cristian, ¿estamos condenados?
Si señor, condenados. No hay esperanza. Eso no significa que yo sea pesimista. Soy realista, Veo el mundo tal como es y como será siempre.
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Entonces este asunto del destino, la esperanza, el bien y el mal, según Cristian, nos condenaría a la predestinación.
Ya lo dijeron cristianos rebeldes por allá en el siglo XVI, aunque griegos y asiáticos pensaban lo mismo: ¡El destino es ineludible!
Por más que intentemos zafarnos estamos marcados desde antes de nuestra concepción, antes de nacer, antes de existir, vivimos forzados a recorrer una ruta ineludible, un zigzag preestablecido, nos dirigimos hacia una servidumbre al hado que no podemos evadir.
Siendo así debemos entonces proceder como los gusanos: ¡seguir en fila india el rumbo!
Por supuesto que pienso distinto a Cristian: hay un destino… ¡el que nos labramos!
Si la predestinación existiese no tendríamos salvación como especie pues todo este revoltijo de violencia, barbarie y desconcierto nos conduciría ineluctablemente al despeñadero. ¡Y no es así, ni ha sido así!
Un observador medianamente ilustrado reconocería que la humanidad tras 300.000 generaciones, desde la praderas africanas hace 250.000 años, ha ascendido del barro al concreto, de la llanura inhóspita y salvaje al hogar tras cuatro paredes, frágil muchas veces, sucio, endeble pero protector. En el siglo XV la longevidad promedio de los humanos era de 35 años, hoy es de 70. Enfermedades tan terribles como la Peste Negra destruyeron el 35% de la población de Europa y Asia en el Medioevo, mientras hoy los antibióticos, los transplantes y la medicina protegen la vida. Pasamos de la esclavitud de asiáticos y negros a la manumisión de los mismos; del desconocimiento del alma en mujeres e indígenas hasta la liberación femenina; de las tiranías más oprobiosas a las sociedades abiertas y libertarias en buena parte del mundo. De las hambrunas asiáticas y africanas a la revolución verde y el control de la natalidad; de la comunicación por señales de humo y tambor a la era del internet; de la rueda a la inteligencia artificial; del caballo a los viajes interespaciales; de la tradición oral a la imprenta; de la palanca a la robótica; de antropoides recolectores y cazadores a agricultores y operarios especializados; de comerciantes en lentas caravanas de camello a almacenes enormes que despachan con drones y en minutos; de aldeas minúsculas sin servicios públicos a enormes urbes luminosas y pavimentadas; de analfabetas totales a centenares de miles de personas inclinadas sobre cuatro mil millones de celulares; de música primitiva, de pinturas elementales a obras de arte esplendorosas como la Capilla Sixtina, el Taj Majal, la Novena Sinfonía de Beethoven o Las Señoritas de Avignon de Picasso.
Nos acercamos incluso hoy, mediante la Inteligencia Artificial a la robótica en la que muy pronto un humanoide podrá pensar por sí mismo y crear instrumentos que lo superen a él mismo en inteligencia. Estamos en los albores de un Nuevo Mundo, en el vórtice de una nueva Creación. ¡El hombre ha superado al hombre!
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De allí, de estas minúsculas reflexiones nace mi convicción de que la especie sobrevivirá, se engrandecerá, será capaz, no sin padecimientos enormes, de obtener el premio mayor: ¡Permanecer en el Tiempo!.
MAURICIO JARAMILLO LONDOÑO                 SEPT 2019


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