LA CARNICERÍA
LA CARNICERÍA HUMANA.
Tengo que enviarle a Doña Leovigilda dos costillas y un
trozo de nalga tersa, pensaba el carnicero del pueblo que afanado por llegar a
su trabajo corría loma abajo hacia su comercio.
Desde que la Orden había sido la de «perseguir a sangre y
fuego a todo aquel que hubiese delinquido en el pasado», mi ‘fama’ se convirtió
en la mejor carnicería del pueblo. Me llegaban a diario muchos cuerpos, algunos
enteros otros despedazados pero con el paso de los meses mis proveedores
entendieron que yo no pagaba bien por cuerpos mutilados o en mal estado, y ni
pensar en dar dinero alguno por cuerpos en descomposición. El precio de la
carne humana era bueno siempre y cuando fuese tierna, pulcra y se le hubiese retirado
vísceras y entresijos inútiles.
Naturalmente que un hígado de buena presentación, casi
palpitante y fresco, unos riñones que podrían ser adobados al ajillo bien
limpios de orines, un corazón sin muchas venas, uno sesos que con una receta
que a continuación copio son bocado de rechupete:
“Primero se pone en un recipiente abundante agua fría, se
sumergen los sesos allí durante media hora. Luego se les quita la película o
telilla que los cubre con cuidado, se enjuagan y recién estarán pronto para poder
cocinarlos. Ponerlos en una cacerola cubiertos de agua, con dos cucharadas de
vinagre o jugo de un limón, una cucharadita de sal, una hoja de laurel, una
ramita de tomillo y unos granos de pimienta. Llevar a fuego suave hasta que el
agua llegue a punto de hervor, espumar y dejarlos cocinar durante diez minutos
más. Si los sesos fuesen pequeños se empleará la mitad de tiempo en su hervor.”
Toda clase de presas del cuerpo tales como piernas o
perniles, un lomo ancho, un chuletón, un lomo fino, unas costillas bien
carnudas, una sobrebarriga, pecho o panza, o una carne bien molida sin gordos
ni cebos: es posible hacer comidas extraordinarias con los cuerpos de «Todo
aquel que hubiese delinquido en el pasado».
Llegamos aquí, en esta sacrosanta tierra del Sagrado Corazón
a la muy sana conclusión que seguir conviviendo con delincuentes, hombres de
izquierda, comunistoides, socialistas y libre pensadores, demócratas radicales,
intelectuales de mente febril, políticos de oposición, pobres venidos a más, burócratas
honrados, defensores de la naturaleza, ecologistas, maricas y lesbianas,
invertidos y desheredados, jóvenes mariguaneros, librepensadores, concluimos
que era definitivamente un peligro cohabitar con ellos y un desperdicio
apresarlos. Desperdicio por cuanto encarcelarlos significaba alimentarlos y
cuidarlos con gran costo para el erario, y peligro porque estaban contaminando
a la juventud de ideas raras y desfachatadas. Y el proverbio dice que ‘es mejor
prevenir que lamentar’.
Esta tierra desde sus orígenes estuvo signada por caribes
antropófagos y conquistadores violentos, por chibchas esclavistas y
colonizadores brutales, por libertarios que se dedicaron durante 200 años a
provocar cuanta Guerra Civil se les venía en gana so pretexto de la manumisión de
los esclavos, o tras un federalismo divisionista, o ante una nueva constitución,
o por las regalías del petróleo, o por cuanta causa, razón o sinrazón se le ocurría
a esta ciudadanía medio enfermiza y brutal.
Entonces la mejor de las soluciones: ¡La muerte de los
enemigos!
Pero… si la cárcel era un desperdicio inútil, dejar que la
carne se pudriese constituiría otro desperdicio peor. El ganado vacuno,
ocasionalmente algún caballar, la carne de marrano, el pollo y el pescado se
han puesto por la nubes. Los ciudadanos no tienen dinero suficiente para pagar
por una libra de un buen lomo miles de pesos, y si se trata de bofe o pata de
res la carestía les ha dado tal precio que ya nadie compra. Y nuestro negocio
se estaba enflaqueciendo, raquítico y menudo, hasta hacernos pasar hambre.
Se me ocurrió entonces surtir mi fama con carne barata,
jugosa, blanda y fresca: carne humana, pero de gente joven o de muchacho, nunca
carne de viejo pues esa es correosa e invendible. Por supuesto que oculté el
asunto a mis clientes; y a mis proveedores, mejor dicho a mi proveedor le exigí
silencio so pena de perder el negocio; digo proveedor porque el acuerdo fue con
El Alacrán quien recibía los cadáveres, los arreglaba lo mejor posible y los
transportaba a mi local, de noche, naturalmente.
En un principio mis clientes veían diferencia evidente entre
la de res y la otra, pero los convencí de que era carne de búfalo mucho más
colorada y con menos ñervos, les aseguré que el sabor era exquisito y el precio
inferior a la carne tradicional. Se fueron entusiasmando hasta que a las tres
semanas de iniciada la ‘bufalada’ había cola en mi negocio. Convencí a Rodomiro,
mi ayudante, para que guardara silencio so pena de pasarlo al papayo y venderlo
colgado del ‘gancho’. Muchos amaneceres él y yo preparamos las viandas,
tasajeamos los cuerpos, quitamos la piel, machacamos los huesos, deformamos las
cosas y presentamos vísceras y muslos como presas de búfalo.
Fue tan excelente el negocio, que yo hacía penitencias cada
mes en la Iglesia del Martirio, rogando a la Providencia que la matanza no
parara, que siguiesen garlando los muchachos, loquiando los manifestantes,
arriesgando los invasores de tierras, gritando los opositores porque de lo
contrario no habría suficientes cadáveres para arreglar.
Por supuesto que al principio me horroricé de mi cruel tarea
pero me informé que en el Tíbet, en las tierras de Litang, a 4.600 metros de
altura, darle sepultura a los muertos es prácticamente imposible por la dureza
del terreno. Entonces, muerto alguien, los sacerdotes desnudan el cuerpo, le
quitan el cabello, incluso partes de la piel y aplastan el cráneo con una
piedra ceremonial para que los buitres del Himalaya se coman vísceras y carne
del cadáver. Al final, en esta ceremonia antiquísima los huesos se trituran y
rocían con harina para alimento de otras aves carroñeras. En cuestión de
minutos el cadáver desaparece de la faz de la tierra convertido en alimento
nutricio de pájaros necrófagos. El espíritu del muerto navega entonces por el
infinito hasta aterrizar en un cuerpo cualquiera, sea serpiente, cocodrilo,
mandril, pájaro o murciélago, incluso puede llegar a reencarnarse en otro ser
humano repitiendo la rueda sin fin de la vida y la muerte. Celha Qoisang, es
uno de los sacerdotes encargado de los rituales. El hombre ha descuartizado una
docena de cadáveres cada día desde hace 15 años, esto es más de 65.000 cuerpos.
Nadie lo censura. Nadie lo persigue. Nadie lo condena. Por el contrario es un
sacerdote, un religioso útil a los tibetanos.
Esta historia real me tranquilizó: repartir los despojos de
los malos entre los buenos, darle de comer al hambriento y servir a la
comunidad, no hay tarea más loable. Así que mi carnicería se convirtió en la
más famosa de la región, abundaban los clientes siempre que abundaran los
muertos, prosperaba yo y por supuesto Rodomiro al igual que El Alacrán.
En esta tarea sigo mondo y lirondo con ya cuarenta y siete
años de labor ininterrumpida, sólo los días Santos, Jueves y Viernes, 25 de
diciembre y 6 de Reyes cierro el ‘chuzo’.
Mi fama la llaman la de “La dulce carne”.
Y he empezado a sospechar que la gente sabe el origen de las
presas, y que en vez de horror sienten placer pues se han acostumbrado a la
matanza y al crimen, se les enterró en el alma la venganza, y ni con un
sacacorchos gigantesco podría sacárseles estas ideas que son, ustedes
comprenderán, la base moral de mi carnicería.
MAURICIO JARAMILLO
LONDOÑO SEP. 2019
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