MI NIETA Y LAS HORMIGAS ARRIERAS
MI NIETA Y LAS
HORMIGAS ARRIERAS
―Marianita, ven conmigo miramos cómo están las hormigas.
―Bueno abuelo
Y se levantó del sofá. Nos acercamos al borde del bosque que
colinda con nuestro jardín. Las hormigas arrieras estaban devastando las
plantas ornamentales. Durante nuestros doce días de ausencia le dieron una tunda a varias matas y las tenían
defoliadas casi por completo. Habían construido una autopista de quince
centímetros de ancho y de más de ciento cincuenta metros de largo que se
internaba en la floresta. Centenares de insectos cargaban sobre sus espaldas
los trozos de hojas que cortaban con sus tenazas, y caminaban en interminables
filas silenciosas, ordenadas, conducidos
por instintos, olores, feromonas, intercambio de información gracias a sus
antenas que se tocan y ‘conversan’ sobre peligros, enemigos, rutas, sabores.
El ejército hormiguicida subía por el tronco de un tulipán
africano hasta la copa del árbol y lo estaba defoliando de a poco,
torturándolo, arrancándole su mecanismo de fotosíntesis, todo ello para llevar trozos
de hojas al interior del enorme hormiguero y cultivar los hongos que nutren a
la reina, las ninfas y al resto de la colonia.
Lo increíble es que teniendo un área inmensa de bosque donde
pueden disfrutar del corte de hojas, las arrieras deciden, siempre, devorar
cítricos, aguacates, mangos, guanábanos y ornamentales actuando como las
gallinas sueltas en el campo que destrozan las plantas benéficas, arrasan con
los cultivos de pancoger y no se alejan hacia los pastizales y potreros sino
que destruyen todo lo verde que hay alrededor de la vivienda campesina.
Cogimos la linterna ―ellas trabajan de noche― y el
insecticida en forma de gránulos que debe distribuirse en los bordes del camino
de las arrieras con la certeza de que ellas los transportarían al interior de
su vivienda. Una vez dentro las hormigas jardineras trituran los granitos, los
amasan y “lamen” llegando a ingerir el veneno; el resultado es la muerte de las
obreras jardineras. Debido a la ausencia de estas obreras encargadas de
cultivar el hongo, este crece descontroladamente, fructifica y se torna
impropio para la alimentación de las larvas, la reina y los adultos. Todos los
insectos ―con una infinita crueldad de nuestra parte― finalmente mueren por
inanición.
Mi nieta me dijo:
―Abuelo, me siento como una terrorista yendo a matar
hormigas.
De todas formas regamos el veneno, y hoy, cinco días
después, las hormigas desaparecieron.
MAURICIO JARAMILLO
LONDOÑO JULIO 2019
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