EL DESCUBRIMIENTO
12 DE OCTUBRE DEL 2018
525 años tenía América sin ser
descubierta. Tres carabelas no más largas que una tractomula grande, un Almirante
y un total de 89 hombres se embarcaron en búsqueda del destino. 69 días
perdidos en la mar océano, desesperados y famélicos, rebelados contra la
incertidumbre y con miedo a morir devorados por seres mitológicos, entonces ocurrió
algo extraordinario: Rodrigo de Triana gritó «¡Tierra a la vista!», dos horas
después de la medianoche del 12 de octubre.
16.000 años antes, la que se
llamó América no existía ante los ojos de los seres humanos hasta que unos
aventureros nómadas de ojos rasgados y piel algo cobriza decidieron seguir las
huellas de caribues y lobos en medio del frío de Bering. Pasaron, sin tener
conciencia de ello, de Asia a un nuevo continente, un Mundo Nuevo. Fueron
dispersándose, ‘bajando’ hacia la Patagonia, cubriendo con su caminar eterno
valles, praderas, montañas y selvas. Crearon tribus, clanes, culturas,
civilizaciones, imperios impresionantes como el Incaico y el Mexica.
60.000 años atrás unos seres
algo oscuros y descalzos, recolectores de frutos y cazadores, migraron de
África a Asia sin saber la consecuencia de su deambular. Originaron
poblamientos en las cumbres tibetanas, las llanuras del Río Amarillo, las del
Indo y el Ganges, ocuparon las tierras del Pamir y la gran estepa rusa, las de
Turquía y Mesopotamia… Decenas de imperios, civilizaciones, culturas se
fundieron en las tierras del gran continente asiático.
Posiblemente por esas mismas
épocas otros seres casi humanos también voltearon sus pasos hacia Europa y
misteriosamente fueron aclarando su piel y sentando sus reales en las tierras
del Ática y la bota itálica, en el norte frío del mar Báltico, en las islas
británicas.
300.000 años antes de
descubrir América unos cuasi simios se fueron transformando en homo sapiens
dando origen a nuestra especie, a nuestra raza, a nuestros instintos.
Los que llegaron con Colón
traían la cruz y la espada; los que llegaron 16.000 años antes trajeron también
espíritus y violencias; los que arribaron a Asia llevaban sembrada en su alma
esfuerzo y saqueo; los que surgieron de las cavernas eran gregarios y bárbaros.
El bien y el mal, la paz y la guerra, la construcción y su antípoda. Esto ha
signado a nuestras especie desde sus orígenes. Sólo la cultura y la experiencia
trágica han ido morigerando nuestra condición de lobo para el hombre.
Creer en la visión roussoniana
del buen salvaje que es todo candor, amor y paz es muy novelesco pero irreal.
El Inca aplastaba por medio de la guerra a sus contradictores y mantenía a su
enorme nación sojuzgada a la voluntad de su dominio absoluto. Era el Hijo del
Sol dotado de un poder imperial parecido al del César romano. Los aztecas
gobernados desde Tenochtitlan, estaban subordinados a un clanato religioso muy
brutal y sanguinario que sometía no solo a su propio pueblo, sino que mediante
guerras bárbaras esclavizaba a decenas de tribus subsidiarias si no se doblegaban
al designio de El Huey Tlatoani (señor de los hombres) quien era el máximo
gobernante. Se le consideraba representante de los dioses.
Colón llegó y trajo lo que
venía de España: lengua, religión, animales, semillas, cultivos, costumbres.
Por supuesto trajo también guerra y enfermedades, opresión y crueldad.
Esta ha sido la historia de la
humanidad al ser conquistada, descubierta, sometida o dominada: se le impone
una cultura nueva pero a su vez, esta impostura va siendo filtrada gradualmente
por la cultura de los conquistados. Así se produce desde los orígenes de la
especie la fusión de los mundos que fue lo que ocurrió en la América de
Vespucio.
MAURICIO
JARAMILLO LONDOÑO OCTUBRE 2018
Comentarios
Publicar un comentario