MANDELA, DOS SANGRES (2°), TERE.
LAS DOS SANGRES (2°)
Mandela, Nelson, el negro
sudafricano, cumple 100 años de nacido. Es uno de los grandes de nuestro
tiempo, uno más de esos como Teresa de Calcuta, Gandhi, Albert Schweitzer, Martin
Luther King, Óscar Arias, Rigoberta Menchú.
Rolihlala, Dalibhunga, Khulu,
Madiba o Tata; así lo llamaban. Nacido en la tribu xhosa hizo parte de la casa
real tembu. Mandela logró un ‘imposible’: ¡Unir a Sudáfrica superando las diferencias
raciales! Juntó a blancos y negros, ricos y pobres, carceleros y presidiarios,
intelectuales y analfabetas, nómadas y citadinos. Con una espada de
reconciliación de una tajada abrió el planeta entero al corazón de África,
sacudiendo el odio inveterado de los blancos ‘superiores’ y colocando en el
pedestal de la historia a las negritudes de toda La Tierra.
No dividió, ¡unió!; no escindió,
¡agrupó!; no odió, ¡perdonó!; no persiguió, ¡convocó! Ató, asoció, hermanó.
***
Nosotros, los humanos, dividimos el
mundo en dos: Dios y Satanás, bueno y malo, blanco y negro, amigo y enemigo,
capitalista y comunista, liberal y conservador, derecha e izquierda, centralista
y federalista, ateo y creyente, etcétera. Es una magnífica demostración de la
estulticia nuestra, pues nada es ABSOLUTO (salvo lo que los creyentes ven como absoluto:
¡Dios!).
Traigo a colación esta sandez de
los absolutos porque gracias a ello, y de manera muy singular y casi única, los
colombianos nos hemos venido matando, desangrando desde los orígenes de la
formación de la nacionalidad. Bolivarianos y santanderistas, seguidores de
Núñez o Uribe Uribe, bandera azul o roja. Semillas de la infamia, del
sectarismo, de la confrontación fanática, de la intolerancia hacia el otro lo que
gestó la llamada “Violencia en Colombia” por allá en los años del 40 al 70 del
siglo pasado y que rompió las barreras del humanismo y nos transformó en
bárbaros.
Vale la pena recordarle a los
jóvenes de ahora que liberales y conservadores matábamos con “corte de franela,
degollamiento, eventración, decapitación, desmembramiento, mutilaciones; se
sacaban los fetos de los estómagos de las mujeres y, además de desangrarlas, se
destrozaba al nonato contra las piedras, se comían el corazón de las víctimas, y
decenas de formas más de matar en nombre de la bandería regional”.
Por supuesto, de esto no se habla hoy
porque el horror que cometimos nos produce tanta vergüenza que preferimos
ocultar la verdad para no causar miedo en nuestros hijos, y que no nos miren
censurándonos… ¡Ni nos condenen!
Esta SANGRE corrió por los
cenagales de la patria durante décadas. Y, luego, en nombre de la
religión, de los
credos, del partidismo, de la defensa de la tierra, del capital, del Estado, se
persiguió a los humildes y se expropió al campesinado. Surgieron las
guerrillas, vinieron los bombardeos, se sucedieron las masacres, apareció
Belcebú que de leyenda se convirtió en realidad: ¡El narcotráfico! Secuestros,
torturas, violaciones, cabezas convertidas en balones de fútbol, reclutamiento
forzado, niños en la guerra, soldados cobrando recompensas como cazadores de
pieles, canibalismo, hornos crematorios, tatucos contra los poblados, el horror
inmarcesible.
¡80 años MATANDONOS! ¿Pueden
ustedes creerlo? ¡80 años! DOS SANGRES, dos verdades eternas, dos absolutos,
dos filosofías, dos visiones del mundo, dos contradicciones irreconciliables se
tomaron el alma de Colombia.
Y, aquí estamos, parados sobre las
piernas de LA MUERTE, esperando el fracaso del uno para que se logre la
victoria del otro, ansiando el poder para aplastar al otro, gritando consignas
de odio, de inquina, de xenofobia porque la verdad, MI VERDAD es la única
verdad sobre la Tierra.
Si seguimos así la SANGRE llamará a
la SANGRE ―como ya está
ocurriendo con la eliminación física de los líderes sociales y la matazón
contra guardianes y policías―.
Si seguimos sembrando las semillas de la atrocidad, cosecharemos una vendimia
de lodo infecto, putrefacción y venganza.
Hay distintas ‘razones’ para la
hecatombe: los terratenientes desplazan a los campesinos de sus tierras; los
narcos apabullan a los pueblos para que siga la cosecha de coca y amapola; los
mineros que trafican con el oro, la plata, el coltán además de envenenar ríos y
destruir quebradas usan sicarios para amedrentar y eliminar a los
conservacionistas; los reductos guerrilleros enseñados a robar, boletear,
secuestrar y degollar siguen en su ley; y por último, prevalidos de sus
convicciones sectarias, los predicadores de la eliminación física del contrario
van cumpliendo su cometido hora a hora, día a día, semana por semana: ¡Qué
nadie nos contradiga, qué nadie opine, qué nadie disienta, qué sólo debe reinar
la ley del monte, la de las hienas, la de los que a dentelladas quieren
construir una nacionalidad arrodillada!
Estas son LAS DOS SANGRES, las
sangres de nuestra barbarie, la de nuestra brutalidad, la de la
irreconciliación, la de que el otro es mi enemigo y quisiera verlo muerto,
aunque yo sea católico o cristiano o budista o agnóstico o musulmán o hinduista o ateo: ¡debe morir porque es de otra SANGRE!
¡Magnífico homenaje le estamos
haciendo a Madiba, a Mandela en sus 100 años!
MAURICIO
JARAMILLO LONDOÑO JULIO
2018
NOTA TRISTE: María Teresa Betancur Escobar
está agonizando. Es mi hermana de
adopción, a quien quiero sin que haya, por un milagro del amor, lazos de consanguinidad.
Tere entró a mi vida, con su insondable inteligencia, su memoria babilónica, su
aparente ‘tiesura’ que ocultaba una dulzura profunda.
Junto a una familia que acogió a mi
mamá Ruby Londoño Trujillo con irresoluto cariño, Tere entró en mi vida. Esa
familia, encabezada por el papá Ignacio Betancur Campuzano y sus hijos Luis,
Tere, Juan, Patricia, Mónica se hermanó a nosotros, los Jaramillo Londoño, y
especialmente a mí. Ignacio y Ruby trataron de hacer de todos nosotros gentes
de bien, personas cercanas, amigos entre amigos.
El milagro que narro es el de haber
conseguido una hermana de apellidos
y orígenes distintos a los de mi estirpe. Una hermana en el pleno sentido de la palabra: un ser fraterno, cercano,
confidente, casi ‘carnal’, afín a mis ideas y sentimientos, que confiaba en mí,
y que sé que me quería.
Este portento prueba
irrefutablemente que los lazos de sangre son un accidente y las ataduras del
amor y el afecto son indisolubles.
Lloro por Tere. E invito a todos
los que la conocieron a rendirle un homenaje veraz pues su paso por este mundo
ha dejado una huella de serenidad, inteligencia, madurez y amor maravillosos. Y
a Anastasia y Lucas, a Valentina y a la familia entera mis abrazos condolidos.
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