LA NÓRDICA

MI HIJA NÓRDICA.

Ella es mi amor. Es algo irrepetible. Algo que no entiendo bien pues me derrite. Me produce una sensación que no me explico, aunque sé que es la de la paternidad la que me genera tal grado de amor. Hay, entre ella y yo, un respeto tan dulce, un querernos sin exclusiones, un buscar no hacernos mal de ninguna forma, un sentido de protección que es mutuo pues ella tiembla ante mi posible ausencia y yo me conmuevo ante sus silencios y la distancia física que nos separa.
Su dolor es mi dolor, y sus felicidades son las mías; su llanto y su soledad son tan respetables, tan comprensibles que los entiendo como si fueran los míos. Perder a la madre y al hermano, a su único hermano, a mi único hijo, en menos de un año es de una dureza inconmensurable y una ininteligencia absoluta, y más cuando se sabe que eso es un parasiempre, es un hueco oscuro y tenebroso del que no hay ni explicación ni retorno. Esa pérdida profunda y terrible produce un desgarro que sólo entienden los que lo han padecido ―y, por supuesto, muchos, muchos han tenido el mismo designio de dolor―.
Mi niña, que ya tiene 39 años y camina como levitando, moviéndose con una gracia extraña, que es dulce como el arroz con leche, que es tierna, tan tierna que su oficio principal es el de enseñar a niñitos de dos y tres añitos las primeras letras, los primeros dibujos, las primeras canciones, las primeras amistades, los primeros actos de independencia, mi niña, tras veinte años fuera de Colombia, estudiando, trabajando, esforzándose, acaba de recibir la nacionalidad estadounidense.
Por ello la llamo aquí ‘la nórdica’, la nueva hija de esa nación que ha padecido tanto y ha triunfado tanto, que ha producido las mejores ideas y también, por qué no decirlo, los peores instintos. Ella, ‘la nórdica’ juró bandera gringa el día 26 de julio del 2019. Fue recibida como una inmigrante más en ese continente gestado por los Padres Fundadores que salieron de Inglaterra hace 500 años perseguidos por sus ideas y quienes encendieron en el Planeta tres ideas fundamentales: Libertad, Igualdad, Fraternidad. Esa nación fantástica que colonizó un mar de tierras infinitas, que abrió senderos hacia el oeste edificando ciudades, poblados, cultivos, fábricas, ideas revolucionarias que fueron la chispa que incendió al mundo en las postrimerías del siglo XVIII; esa nación que dio a Franklin, a Lincoln, a Walt Whitman, a Poe, a Ford ―capitalista a ultranza hecho a pulso y de ideas revolucionarias pero también reaccionarias―, a los novelistas del siglo XX como Hemingway, Steinbeck, Faulkner, Dos Passos, “Babbitt” de Lewis; ese país que ha tenido 254 Premios Nobel en todos los campos; esa tierra que ha originado la 4ª revolución Industrial, patria digna de admirar e incluso de imitar, pero… que ha producido la Bomba Atómica, el Colonialismo Imperial, la más horrorosa Segregación Racial, el Ku Klux Klan, la guerra contra Vietnam, a Nixon y al Pelinaranja; nación que ha erigido en Dios Moderno al dios de siempre, al dios dinero como epítome de la ética y el éxito; ese país ha recibido a Natalia, mi hija ‘nórdica’ como una más entre sus 330 millones de habitantes.
Sobre los gringos tenemos mitos, pues los latinoamericanos nos fascinamos con los mitos: somos seres recubiertos por varios mitos desde los orígenes de nuestra existencia: Huitzilopochtli el dios de México-Tenochtitlan; Manco Cápac y Mama Ocllo saliendo de las espumas del lago Titicaca y fundando el Imperio Inca; luego el Mito Mayor el de un hombre crucificado, muerto y resucitado, el Cristo y su Madre empaparon a las gentes del Imperio Castellano en América de quien sabe cuántos mitos y leyendas.
Gringos e imperio, gringos y dominación, gringos y dinero, gringos y frialdad. Cierto pero falso. Son los grandes conglomerados, la elite la que está enferma. Pero el norteamericano común y silvestre es un hombre de bien, una persona laboriosa, un emprendedor, un luchador, un individuo con una historia, una familia, unos afectos y unas pasiones como todos nosotros.
Tal acontece con la familia del esposo de ‘la nórdica’: Kevin quiere a mi hija sin dobleces ni falsedades, la ama a su manera, como un norteño de Detroit que adora a su madre y sus hermanos y los invitó al juramento de bandera de Natalia.
La familia Murphy acompañó a mi hija el 26 de julio y se llenó de alegría por ese acontecimiento. Cuando hemos estado en compañía de Kevin y Natalita encontramos familia, calidez, hogar, cariño. Desaparece entonces el mito, la ficción que construimos en nuestra alma: la del gringo desgraciado, que hemos reemplazado por la del gringo tan común y corriente como cualquier ciudadano del mundo.
A mi hija ‘la nórdica’ le envío mis besos de amor, mis cariños de padre, mi calidez, mi ilusión porque su vida sea la de la felicidad, la del bienestar, la de continuar entregada a los demás como sabe hacerlo ella y tantos miles de miles de profesores mal pagados que han servido a los seres humanos durante centurias para formarlos, educarlos, crear en ellos ideas, ejemplos, soluciones, esperanzas.
Hijita, te adoro y me haces falta.
Tu ‘Pa’.

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