DÍA DE LA MADRE 2019


PARA EL DÍA DE LA MADRE 2019
Veía tejer con dos agujas a mi bisabuela Tita repleta de arrugas, con unas orejas largas, unas antiparras redondas, unas manos como raíces de árboles, pero tan suaves, tan tibias, tan maravillosas que me encantaba ir a su casa y observarla tan vieja, tan blanca, tan canosa pero tan amorosa; ella me regalaba colaciones y me hablaba con dulzura extrema, me contemplaba la cabeza y revolvía mi pelo con sus manos sarmentosas y cálidas.
Veía cocinar a mi abuela Clara con ese vigor de quien ha enfrentado la vida y criado hijos para el bien, con esos ojos tan azules que parecían flotar en sus pupilas zafiros africanos, con esa energía vital que la tuvo entre nosotros hasta los 99 años, aderezando la más deliciosa de las ensaladas, ensalada sencilla de tomate, lechuga, repollo y regada con una salsa campesina que me fascinaba; la veía con felicidad extrema pues sus labios se abrían de amor hacia mí cuando yo llegaba a visitarla, me abrasaba, me preguntaba cosas, conversaba conmigo, me trasmitía el amor de una mujer hacia un niño, el amor de la abuela, el enorme cariño de la abuelita, la alegría manifiesta al tenerme, el gusto de darme su comida, servirme a la mesa las más elementales viandas pero para mí las más deliciosas del mundo. Ella también metía sus manos en mi pelo, me llevaba a su dormitorio y me acostaba para que yo descansara. Me quería, me adoraba y por supuesto yo la amé.
Y, naturalmente a mi mamá Ruby la idolatraba porque sabía que me adoraba, la amaba porque sabía que me amaba, la quería como se quiere a la libertad entendida esta como ‘volver a la madre’, como encontrar el calor vital y sobrevivir en la felicidad. Era feliz con ella porque ella era feliz conmigo, me cuidaba, me acariciaba, me daba de comer, me recibía siempre con una sonrisa; con la alegría de volver a ver al hijo regresar del jardín, de la escuela, del colegio, de cualquier reunión, o de estar con mis amigos.
Ella horneaba los mejores pasteles de gloria del planeta, los buñuelos perfectos, el chocolate más maravilloso; servía pollo, arroz suelto y grueso, papas chorreadas, carnes deliciosas. Quería a mi papá y eso me gustaba, pues yo quería mucho, muchísimo a mi padre; quería a mis hermanos y eso me gustaba en demasía. Cuando me enfermaba ella me cuidaba, me acariciaba, me colocaba sus manos en el pelo y sentía a mi bisabuela, a mi abuela, a mi familia toda, a mis tías, a mi parentela que me inundaba de amor con la suavidad y la caricia de las manos de mi mamá.
Y me sentía feliz de tener una mamá hermosa, tan hermosa, que alguno de mis viejos amigos me confesó no hace mucho que le encantaba ir a mi casa no sólo por estar conmigo sino por tener el gusto de ver a mi mamá. Me dijo: su mamá era una de las mujeres más lindas que yo he conocido. Yo sabía que mi mamá era bella, muy bella aunque creo que no hay sobre la superficie de la Tierra ser que encuentre fea a su madre, ni siquiera las arañitas verán con horror a su mamá, ni los orangutancitos encontrarán grotesca a su señora madre.
Mi bisabuela, mi abuela, mi mamá, todas ellas han fallecido hace largos años. Quedaron sembradas en mí sus manos, su voz, sus ojos, su entrega, su pensar siempre en el otro, su felicidad al vernos felices, su alegría contagiosa, sus enseñanzas suaves, su permisividad equilibrada e inteligente, su comprensión, su dolor por el dolor ajeno, su ecuanimidad ante las adversidades, su siempre tenderme las manos para que yo pudiera refugiarme en sus brazos y sentir que era libre, que estaba protegido porque me querían, que alguien en el mundo estaba siempre a mi lado fuese yo como fuese.
Las amé porque me amaron, y las seguiré amando mientras viva.
Buen día, mamás.
MAURICIO JARAMILLO LONDOÑO           12 de mayo del 2019

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