EL SUFRIMIENTO
EL SUFRIMIENTO
Todo empezó en diciembre. Nadie sospechaba nada.
Si era cierto que alguna falta de atención, un mirar al
espacio atravesando la persona sin verla, ver como si no estuviese viendo; el alma
por allá en otra parte, pero nada especial, ninguna señal, ni un pestañeo
extraño.
Su dedicación a la Tesis de grado luego de haber estudiado
cuatro largos años, su preocupación por el paso de los años aunque en verdad aparentaba
esquivarlos con pócimas mágicas pues parecía de ‘veinte’ como dicen las señoras;
siempre bien puesta. Alejada del pasto pues la ciudad, el asfalto, la urbe es
lo que le gusta…
La Moña llegaba a ‘Mandarinos’, procuraba no pisar sino
cemento, y a la casa, a reunirse con su esposo mi tío Josefe, a desempacar o a
preparar otro viaje, bien a Bogotá su lugar de residencia fija, bien a
Barranquilla donde su hermana, bien a Sao Paulo donde antes residía su hermana casada
con Joe, bien a un crucero ―cuando había dinero― por las islas griegas o el
Báltico. ¡Ni una malicia!
Finalmente luego de ires y venires, de vacilaciones y dudas
La Moña decidió residir al lado de su esposo ―en la finca de ‘Los Mandarinos’― luego
de 50 años de matrimonio; irse en definitiva a vivir a Los Mandarinos rodeada
de cafetales y platanales, bendecida por el mejor clima terrestre, en un lugar
llamado ‘La Plata’ no por lo adinerado sino por lo extraordinario, un Potosí
vegetal en el que el verde se acuesta brillante y amanece resplandeciente, un
territorio de feracidad tal que los guaduales crecen de a veinte centímetros
diarios y los racimos de banano pesan cincuenta kilos. Una vereda tan increíble
que nadie se ve pobre aunque lo esté, ni nadie triste, ni nadie bravo, ni nadie
desesperado aunque haya llorado, enfurecido y angustiado la noche anterior. Un
sitio de esos que escogen los terrícolas para vivir felices. Allí llegó La Moña
sin presentir nada.
Mi tío José Fernando decidió hace varios años ‘enmontarse’
en Los Mandarinos porque la altura bogotana le golpeaba el corazón y porque sus
arterias no resistían más negocios. Quería descansar. Y organizó su vida
alrededor de su finca pero siempre esperando la llegada de La Moña, ya que se
sentía solo y muy triste cuando su mujer, su legítima esposa, La Moña dejaba
Mandarinos y volaba hacia quién sabe qué destino. (Josefe anda con un maletín
lleno de pastas y toda clase de menjurjes pues los necesita cada vez que la
famosa Moña desaparece de su lado).
Semanas, meses, años ansiando que La Moña, su mujer a quien
venera, decidiese vivir para siempre en Los Mandarinos. ¡Y lo logró!
Ella desempacó sus jotos, colocó sus pinturas repletas de
colores vivos y primarios, rellenas de mujeres de bocas enormes y sensuales, de
habitaciones tinturadas, de escenas del diario vivir repletas de flores y
espejos; entregó sus cuadros a las paredes de Los Mandarinos. Había tomado
clases de pintura durante años en no se sabe qué estudio del centro de Bogotá o
de Chapinero Alto y sus lienzos rellenaban también los tres pisos de su casa
bogotana. Maletas, zapatos, faldas, libros, computador y celular aterrizaron
para siempre al lado de Don Josefe. ¡Al fin!
Se acercaba este diciembre del 2018 y a ninguno se nos ocurrió
pensar que venía una desgracia. Incluso ellos dos planeaban arreglar la casa de
Los Mandarinos la cual está llena de cuartos, cuarticos, recodos y rejas. La
piscina sería el centro de toda la construcción.
La recuerdo en el barrio del Polo Club, luego en cercanías
de Bulevar Niza repleta de hijos y trastos de cocina, en la séptima con 128, en
apartamentos pequeños viviendo con sus dos nietos y sus dos o tres o cuatro o
cinco hijos; siempre rodeada de hijos y niños; y por supuesto sé de su
dedicación a la Fundación Niño Jesús en la que trabajó con padres de familia,
profesores y centenares de muchachitos.
Pero ante todo la tengo en mi memoria como la mujer de mi
tío, la esposa de Josefe, la mamá de cinco varones y la abuela de muchos
nietos.
La Moña, de repente, se cayó subiendo un pequeño escalón.
Nada grave, nada extraño. Pero a los dos días volvió a tropezarse. Y se repitió
el asunto cuatro días después. Fueron a Manizales donde los médicos mejores del
país. No se preocupe señora lo que le ocurrió fue un accidente cerebro vascular
que ya está remitiendo; con ejercicio y fisioterapia la recuperación de su
movilidad se irá mejorando.
Fueron ambos a fisioterapia: La Moña para su desarreglo y
Josefe porque en Bogotá, operado de unos aneurismas luego de cinco meses de
exámenes y viajes, le dejaron la pierna izquierda semiparalítica hasta el punto
de que tras dar veinte pasos terminaba la pierna convertida en un poste
inamovible. Dos semanas en estas y nada, La Moña empeoraba.
De nuevo a Manizales. Encontraron un tumor inoperable en
medio del cerebro. Viajaron a Bogotá. Hospitalización. Tratamientos en casa.
Quimio y radioterapia. Hoy de nuevo en la clínica. La Moña está empeorando a
pasos agigantados.
¿Qué va a ser de sus hijos, de sus nietos, de su esposo?
El sufrimiento de todos ellos se convirtió en su diario
vivir. Naturalmente que el de ella ni decirlo.
Madre, esposa, abuela, pintora, escritora, soñadora no pudo
terminar de aterrizar en la finca de Los Mandarinos porque la vida se le está
yendo, las esperanzas son ninguna, el horizonte es el de la resignación y el
duelo. La angustia, ver a la compañera de toda una vida postrada y
desapareciendo tomada por una enfermedad inusitada que nadie, nadie se
imaginaba le fuera a aparecer a La Moña. Contemplar a la mamá de ella, Tití,
con un gesto de dolor y desesperación pues su hija mayor se está marchando.
Ese sufrimiento del pobre Josefe y de todos ellos nos parte
el corazón y nos sitúa en un paradigma terrible: nada se puede hacer frente a nuestro
destino final, la inevitable compañera de nuestro nacimiento. Tratamos de
esquivarla, le hacemos esguinces, nos le escondemos, buscamos subterfugios y
recetas contra ella, pero es el destino ineludible de nuestras vidas.
A Don Josefe, a mis primos hermanos, a los hermanos y
familiares de La Moña un abrazo de afecto, recordándola a ella como lo que ha
sido: esposa, madre, abuela y mujer llena de ilusiones.
MAURICIO. Abril del 2018.
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