CUENTO FUTURISTA


CUENTO FUTURISTA

¡GRIMALDI HIONYAN lo había pensado mucho! El bisturí electroláser fue colocado en posición. El ambiente del pequeño y súper funcional quirófano era perfectamente aséptico: por unos pequeños orificios que cubrían literalmente todas las paredes del saloncillo salía un aire perfumado saturado de alcoholes sintéticos tipo iodo que regaba con una vaho imperceptible y constante los instrumentos, la pantalla de video, microparlantes, las luces violetas y naranjas, taladros, etc.  
      A un costado reposaba ―pues una lucecilla azul así lo demostraba― un singular objeto, silencioso pero vivo, un ser en forma de casco de motocicleta, de los que se usaban en el siglo pasado, espécimen grueso, metálico, brillante, lleno de plaquetillas y alambres muy delgados, fuertes y muy bien adheridos; ente metálico que vocalizaba con sonidos sordos y perfectamente claros, pero sin medios de locomoción ―aparentemente se los habían quitado―. Esta criatura provocaba, en quien la miraba, una sensación de perfección a pesar de su impotencia dada su incapacidad de traslación. Era el computador RBT 39865 MZ recién salido de la fábrica Mishui Cooperate. Ninguno de sus componentes tenía intervención humana; había sido construido, por completo, por robots y computadores altamente especializados en producir máquinas inteligentes y eficientes. La única variación realizada por los seres humanos ―concretamente por el Dr. Hionyan― era la supresión del sistema de giroscopio autopropulsado que le permitía desplazarse a voluntad. Las baterías   duraban diez y ocho meses y el mismo robot RBT 39865 las recargaba, conectándose a cualquier medio de energía eléctrico, solar, hidráulico, atómico, o biológico.
      La cirugía comenzó. Sería la gran revolución del siglo veintidós. ¡Algo monstruoso como todo lo verdaderamente nuevo, pero genial y que modificaría el universo conocido!
      ¡Miedo… esa cualidad, o defecto humano, claro que Grimaldi lo sentía!
En fin… la decisión estaba tomada. Se recostó en el sillón de adaptación instantánea. Le parecía flotar. La computadora central, quien dirigía toda la operación, estaba programada con minuciosidad. Con su mano derecha Grimaldi oprimió el botón que sobresalía del teclado y se fue adormeciendo con los gases y efluvios deliciosos que salían por el ventilador principal. ¡Se lo había jugado el todo por el todo!
      Las hábiles pinzas de los robots guiados por las órdenes de la programadora se encargaron de la intervención clínica, valiéndose del instrumental del quirófano. Pasaban las horas; los signos vitales del humano seguían correctas tendencias estadísticamente establecidas. El procedimiento marchaba bien. Finalmente el casco fue colocado con sumo cuidado sobre el pelado cráneo de Grimaldi Hionyan. Sus neuronas, a pesar del aletargamiento a que se hallaban sometidas en ese sueño delicioso y reparador, sintieron el impacto del nuevo cerebro que se les añadía. Un estremecimiento eléctrico alteró visiblemente el encéfalo y la materia gris del científico de acuerdo con los registros televisivos y electrónicos de las diversas pantallas colocadas en el quirófano. Los escasos vellos de su cuerpo yacente se erizaron; un leve temblor recorrió toda la humanidad del doctor.
      Sin embargo, los sucesos coincidían con las previsiones: a cada paso ejecutado por los robots cirujanos correspondía una respuesta positiva de todo el aparataje que se hallaba conectado al cuerpo del Dr. Hionyan.
      Doce largas y extenuantes horas. Doce interminables horas de precisas conexiones nerviosas, injertos musculares, cauterizaciones. Ya casi…
      Se incorporó. No sentía cansancio pues las previsiones tomadas le habían indicado a la red central del quirófano inyectarle al sistema circulatorio del sabio un tónico reanimante, plasma fresco y vitaminas abundantes.
      El consumo de tres, sólo tres voltios del nuevo cerebro implantado sobre la cabeza del científico no le fatigaba en lo más mínimo. El casco adherido a su cráneo era sumamente liviano. El Dr. Hionyan, aunque raro por esa adherencia metálica encima de su crisma, podría pasar, en este siglo de grandes innovaciones robóticas, como el de un hombre carismático, atractivo y revolucionario por su aspecto. Se tuvo la precaución de conectarle la máquina sin deformar demasiado la figura de Hionyan.
      Movió sus manos con lentitud pero con firmeza. Abrió los ojos; prestó atención auditiva. Su tacto se había potenciado y el olfato percibía aromas nuevos. Y lo más extraordinario de todo: podía separar cada uno de los sentidos, entre ellos el kinestésico, y analizarlos detenidamente de manera introspectiva y maravillosa. Simultáneamente fueron surgiendo en su cerebro ―o más bien diríamos en sus cerebros― soluciones revolucionarias y sincrónicas a muchos de los problemas que le angustiaban o que durante años había intentado resolver sin éxito.
      Predijo en sus escritos que algo similar a esto ocurriría. Pero, sin embargo, se asombraba ante tal simbiosis entre máquina pensante y células y neuronas vivas de un ser humano; se regocijaba de la generación de tal cúmulo de nuevas sensaciones, conclusiones y pensamientos increíbles. ¡Qué gran día!
Qué gran transformación: máquina y hombre íntimamente relacionados, entrelazados hasta en los fluidos corporales y la propia energía del cuerpo de Grimaldi.
      ―Gregor ―dijo, todo está consumado. Podremos seguir adelante. ¡La estación Saturno Tres nos recibirá para anunciar a la especie humana que hemos creado el superhombre!
2013

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