YO SÉ QUE SU MAMÁ NO ESTÁ EN EL CIELO SINO EN LA TIERRA.


YO SÉ QUE SU MAMÁ NO ESTÁ EN EL CIELO SINO EN LA TIERRA.
SE abrió una compuerta metálica. Fue entrando el ataúd a la bandeja, a ese túnel acerado, el túnel más cruel de la existencia, el túnel de la muerte, el túnel del dolor, el túnel de la oscuridad, el túnel del llanto.
El silencio era como una gelatina, gris, espeso, sólido, terrible.
Mis hijos lloraban desconsolados, agarrados uno al otro, fundidos en la angustia, la pérdida para siempre de su mamá, ‘SE FUE’, ya no la veremos más, no acariciaremos sus manos; su voz de madre preocupada llamando al atardecer “¿Dónde estás, a qué horas llegas?” jamás tocará mis oídos de nuevo; la alegría con sus perros, el sentarse a mirar el atardecer desde las cumbres andinas, posar sus ojos cansados sobre el valle de Paipa contemplando eucaliptus, pinos, acacias, sangregados, sauces de cabelleras enredadas, desaparecerá; ya no recibirá en su finquita a doña Lola, ni oirá mugir la ternera, no podrá darle maíz a las gallinas, ni concentrado a sus adoradas mascotas; no descansará en su cama viendo en la tv animales extraños y tierras lejanas, no cocinará sus calditos ni tomará sus pastillas, no apoyará sus manos dolidas en la loza de la cocina, no volteará su cabeza para ofrecernos las delicias de su mesa, no alegará contra el gobierno y los corruptos, no reposará su maltrecho cuerpo en la poltrona, no llenará el aire de ideas y recuerdos, no planeará su futuro ni podrá aguardar el próximo aguacero, no esperará el arribo de Natalia que viene del exterior a visitarla, no mirará el reloj preocupada por la ausencia de Federico; no podrá ver a su Pico ni a su Monita querida, no escuchará las risas y necedades de su nietecita Marianita.
¡Ha entrada en el reino de la nada, en el túnel de la muerte, en el terreno del NO!
Lloran mis hijos, lloran y lloran. Ha muerto la mamá, la que los tuvo en su barriga durante nueve meses, a la que estuvieron amarrados por un cordón grueso y vital que une a hijos y madre para siempre, per saecula seculorum amen; la que les dio el primer sorbo de leche, la madre que los bañó, les enseñó a caminar, les puso en sus labios los pedacitos de carne y los trocitos de huevo, la que los arrulló y les frotó la adolorida barriguita; la que oyó los primeros balidos de sus ‘ovejitas’, los ruiditos de sus ‘mascoticas’, los trinos de sus ‘pajaritos’ y les acomodó las palabras del amor y los susurros del idioma. Se ha ido la confesora, la de las cuitas, la que aconsejaba aunque no le hiciesen caso, la que recomendaba y enhebraba sus dedos en las greñas de sus niñitos, la que cosía los hilvanes de los pantalones y los botones perdidos, la que les veía dar los primeros pasos, las primeras palabras, los primeros temperamentos, los primeros llantos, los primeros dolores.
Ha desaparecido para siempre la madre que los recibía al llegar del colegio, les ayudaba en las tareas, les oía las historias, les acogía con un plato de sopa delicioso, arroz fresco y humeante, carne desmechada, verduras sazonadas con oliva y vinagreta, o chocolate y pan, o un cafecito con arepa, o
unos yogures de fresa, frambuesas, mora, melocotón, empanaditas recién hechas, pasteles de gloria.
Ella, la mamita adorada, la que les curó heridas sangrantes tanto del cuerpo como del alma, la que les puso esparadrapos en el espíritu y mertiolate en el corazón, la que les enseñó a adorar el paisaje, las nubes, los árboles, los animales domésticos, los pececitos, cabras, abejas, pollos, renacuajos, ardillas, pajaramenta, zorritos y venados. La mamita que les sembró en el cuerpo el respeto por los demás y el amor a la naturaleza, la que les condujo hacia los libros, las artesanías, los bosques y quebradas de Palermo, ese paraíso enclavado entre las montañas andinas, pueblecito de escasas casas, congelado en el pasado, con su delicioso clima templado, sus cañadulzales y cafetales, sus borricos, vacadas y cabritas brinconas. Ella ¡se ha ido!
La mamá se durmió para la eternidad, se esfumó de estos lares, se fue, se ha escapado de los sufrimientos de las últimas semanas, se ha quedado congelada en el tiempo, en nuestra memoria, en nuestro dolor, en el llanto terrible de mis hijos que la quisieran tener ahora, tibia y dulce, recogida sobre su canto; hablando con ella sobre el destino, el futuro, el por venir, la incertidumbre del acaso, los dolores del alma y los tormentos del corazón.
¡NÓ al túnel metálico, nó a la ausencia, nó al no poderla ver de nuevo!
“Allí estuve con mi mamita almorzando hace unos años, sí, ahí”.
Mi mamita me hace falta, se me fue, no puedo soportar su ausencia, me duele el pecho, los ojos se me inundan de amargura, necesito su fortaleza, su consejo, sus opiniones, su voz, sus ojos, su pelo, sus pestañas, su calor, su dulzura, su fuerza ante la adversidad, su espíritu de guerrera, de batalladora, de reciedumbre ante los problemas, de buscadora de caminos y alegrías, su amor por las soluciones y las esperanzas. La necesito. ¡¿Qué voy a hacer sin ella!?
Necesito su risa, su alegría, su saber que lo que importa no es el tener sino el hacer y el querer. ¡Me voy a hundir sin su compañía!
Ayer oí su voz en el whatsapp y me quebré, me dio un yeyo, se me acercó de nuevo la tristeza con su garra fatídica; ¡cuánto hablé con ella, cuántas tardes juntos, cuántas conversaciones, cuántos amaneceres uno al lado del otro!; ¡cómo cuidaba de mí!, ¡cuánto me quería!; se le notaba, respiraba por mí, sufría por mí, me ayudaba en todo, me daba la mano, me estiraba el brazo para que me apoyara en ella, siempre presente, siempre generosidad, quitándose el bocado de la boca para dármelo, siempre amándome como una madre ama a un hijo: toda entrega, toda ella dando, toda ella ofreciendo, toda ella respirando por mí, mirando mis ojos y hablándome con el amor que sólo las madres entregan, el amor de su sangre y el amor de su alma, toda amor, toda ella idolatrándome. ¡Si había que morir para que yo viviese no dudaría un minuto en hacerlo! Así era…
Y eso lo perdí, el vacío es enorme: del tamaño de una cordillera, un océano de ausencia, un huraco tremendo.
He aquí a la señora muerte, a la que todo nos conduce, a la única que cuando nacemos nos acompaña para siempre, estemos bien o estemos mal, amemos o rabiemos, gocemos o suframos; ella, esta negación del existir, esta huida de la energía vital, este súbito perder el calor de las manos y la calidez del cuerpo, este signo que nos acerca a la realidad, a nuestra condición intrascendente, nuestro pasar por la vida como una llamarada de sueños o una fugacidad de estrella, este dejar de SER, es lo que atormenta a mis hijos, les duele y les duele y les duele.
Han llorado y llorarán y eso me parte el alma, se me inundan los ojos de agua, me dan ganas de pechicharlos y acomodarlos bajo mis brazos de árbol y mis raíces de hombre; no sufro como ellos sufren pero tengo mucho dolor por su dolor, mucha pena por su pena, mucha angustia por su angustia.
Y aquí, sembrado en la lejanía de una chagrita repleta de vida, trato de entender el significado de la muerte de su mamá, y busco con palabras acompañarlos y darles una esperanza.
Ellos están esparciendo en su finca de ‘Alejandría’ las cenizas de su madre que servirán de sueños y destinos para las arboledas que allí plantó su adorada mamá.
Ella no está en el Cielo sino en La Tierra que fue la que amó y defendió con valor y determinación; y estar ahí es lo que con seguridad quisiera: servir de alimento al bosque, de savia a sus plantas, de vida a sus maticas.
Cada pajarito del bosque, cada ranita, cada lechuza, cada colibrí, cada nido, cada hoja de los millares de árboles de la vereda Marcura son el alma de su mamita, el latido de su espíritu; el sangrar de su corazón son los miles de riachuelos y quebraditas cristalinas de las cañadas; su cuerpo son los granos gruesos y fecundos de la tierra veredal; los pastos y hortalizas, moras silvestres, uchuvas y fresas son el TODO de su madre.
Los quiero inmensamente, hijitos adorados.
Su papá.
MAYO 24 DEL 2018




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