MADRE, TÍA, MUJER: cuatro relatos.
MADRE, TÍA, MUJER: cuatro relatos.
A propósito del Día de la Madre adjunto estas cuatro narraciones de fechas ya pasadas.
A propósito del Día de la Madre adjunto estas cuatro narraciones de fechas ya pasadas.
TÍA
ROSITA, EN EL DÍA DE LAS MADRES:
Imposibilitado por
una fuerte gripa, no tenemos cómo almorzar con usted y los primos en este día
especial. ¡Qué lástima!
No poseo sino un
recurso, que es este, el del mensaje escrito, para expresarle, sin sonrojo,
varias cosas referentes a usted como madre y de rebote a todas las mamás que
conozco.
Usted tiene, como la
mayoría de las madres, cualidades maravillosas: ternura, calidez, comprensión,
firmeza en sus principios, tolerancia frente a las diferencias, aguante ante
las adversidades, entrega total al otro que es generosidad absoluta, sumisión
ante la misión escogida de ser madre y traer al mundo hijos, paciencia para
educar y criar, y sobre todo una condición especial que sólo poseen las madres:
un regazo en el que sollozar, un abrazo dulce de perdón y olvido, un calor de
mamá que sólo se encuentra en ustedes, las madres de los seres humanos.
Mi regalo del día de
la madre son estas cortas palabras ―aunque sepa que le tengo unas estupendas
papayas― confiando en que con ellas expreso la ausencia que siento al no tener
a mi mamá viva.
Pero no estoy triste,
pues he tenido y tengo muchas mamás: mi esposa, el recuerdo de mi madre, las
viejitas ―Mery, Leticia, Olga, Libia―, Fanny mi tía, Aleyda, mi abuela Graciela
a quien recuerdo en las brumas de mi infancia, a mamá Clara brava, dinámica,
audaz; a Clelia esposa de mi tío Marino, a Marlén compañera del tío Héctor, a
Raquel Arias; a dos personas del servicio doméstico que me quisieron y quise
como madres: Raquel e Irene; en fin, si me doy cuenta y hago una reflexión he
tenido tantas madres, tantas mamás que me doy por bien servido.
Sin embargo, tenerla
a usted viva y alegre, con memoria suficiente para tocar piano, con fuerza para
gozar con sus nietos y bisnietos en navidad, con reciedumbre para afrontar
algunos achaques, es para mí, y para Claudia ―quien nunca conoció a su mamá―
motivo de felicidad muy grande.
Le enviamos un beso,
un abrazo y pronto unas papayas villetanas de muy buen sabor.
MAURICIO
Y CLAUDIA
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Querida tía mía, mi querida tía Aleyda!
¿QUÉ
día es hoy tía?
Hoy
es domingo, mayo 20.
Año
2012…
Y
sé que está enferma, querida tía mía.
Escribo
una cortica carta; pienso, con el corazón y con el deseo, que esta cartica va a
darle alegría y aire.
Tía
Aleyda: ¡Usted es el recuerdo de mi mamá, es la huella viva de mi abuela Clara,
de mi tío Héctor, de Marino…de mi abuelo José a quien no conocí!
Con
Usted pasé las mejores vacaciones y horas de mi infancia.
Con
Usted comí sancocho y frisoles antioqueños… ¡los mejores!
Con
Usted probé la “postrera” con plátano
maduro.
Con
Usted jugué “lulo” y “tute”, en noches inolvidables, en “La Selva”, la finca de
mis abuelos.
Con
Usted gocé con todos mis primos en la casa de Marita, en la tienda de Don Ramón,
en las faldas de Manizales.
Con
Usted conocí a Herman, su esposo, mi
buen y querido tío.
Con
Usted aprendí la risa, la alegría
sencilla, aprendí a ver cómo una familia
―la de Usted, la de mis primos―, salía adelante en la vida, unida, fuerte, trabajadora, honrada, ¡feliz!
Querida
tía Aleyda: Usted no se imagina la felicidad tan grande que siempre sentía,
siento y sentiré cuando la veo; cuando Usted me recibe, nos recibe a todos, con
risas y picardías, con afecto que brota por todas partes en donde Usted está.
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No
quiero cansarla más, simplemente decirle que he averiguado el significado de su
nombre:
*“Ser alado perteneciente a la
nobleza”*
¡Esto
la define a Usted íntegramente!
Le
envío un beso, un abrazo, un cariño enorme, un distante afecto porque hoy no
puedo visitarla, pero estoy con Usted y Usted estará siempre en mi corazón.
¡Maicho!
*Perteneciente
a la nobleza, pequeño ser alado, similar a Atenea.
*Aleyda es
una mujer encantadora, agradable y atractiva que busca complacer y hacerse
querer. En ella, prima el sentimiento, por eso, está dispuesta a realizar
grandes esfuerzos que apunten a la comprensión y la conciliación para que a su
alrededor reinen la paz y la armonía. Directas, francas y decididas, son
autoritarias. Sin embargo parecen reservadas, prudentes y desconfiadas.
Cautivantes, buscan agradar, como así también complacer.
NOTA: Unos días después de esta carta, mi tía falleció.
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A PROPÓSITO DEL DÍA INTERNACIONAL DE LA
MUJER 2013…
“En agosto de 1910 la II Conferencia Internacional de
Mujeres Socialistas, reunida en Copenhague,
se aprobó la resolución de Clara
Zetkin proclamando
el 8 de marzo como el Día
Internacional de la Mujer Trabajadora. La
propuesta de Zetkin fue respaldada unánimemente por la conferencia a la que
asistían más de 100 mujeres procedentes de 17 países, entre ellas las tres
primeras mujeres elegidas para el parlamento finés. El objetivo era promover la igualdad de derechos,
incluyendo el sufragio
para las mujeres.”
… Estuvimos viajando por algunos pueblos de Antioquia con mi
hermano, su maravillosa mujer Nancy Silva Flores, mi tío y su esposa, y mi
compañera de muchos años, de muchas noches y muchas felicidades: Claudia.
Visitamos tres lugares preciosos: Santa Fe de Antioquia, Guatapé
y la Piedra del Peñol. ¡Qué maravillas!
Pero lo que deseo resaltar aquí, en relación al Día de la Mujer,
es acerca de la calidad extraordinaria de la esposa de mi hermano Armando: no
vale la pena escribir un ditirambo más, una loa más sobre las mujeres en forma
general sino de manera concreta expresar, gracias a las características
especialísimas de Nancy, lo que es una mujer.
Nacida de familia valluna, con cinco hermanas y dos
hermanos, de sangre africana y sangre castellana, es bonita, de rasgos finos ―los
que quisieran tener muchas mujeres de alcurnia
bogotana―; dentadura perfecta, sonrisa de tiburona, nariz recta y ojos
negros e intensos; ¡y claro, valluna al fin y al cabo, mujer bailadora de
salsa!
Pero su encanto y su gracia no residen en su físico sino en
su alma: ha sido la compañera de 21 años de mi hermano, la que lo ha querido y
acompañado en toda clase de vicisitudes, aventuras y trabajos; la que lo ama
incondicionalmente y le da su afecto y su cariño en medio de las enfermedades y
las alegrías; la que le ha criado a sus tres hijos por largos períodos de
tiempo: por dos años a Ricardo mi sobrino, a Alejandra por cinco y a Ana María,
igualmente sobrina mía como Aleja, durante más de diez primaveras.
Es la mujer que le ayuda en las cuentas, en las reuniones,
en los juegos de cartas, en las fiestas, en el cuidado de los cultivos, en los
negocios, en el mantenimiento de los carros, en los viajes; la que lo acompaña
a los médicos y vigila que se tome las medicinas prescritas; la que le
advierte, previos diálogos inteligentes entre los dos, de los peligros o
beneficios de una u otra determinación; la que le abrió las puertas de su
numerosa familia caleña y le entregó el corazón de su padre, Don Roberto, un
viejo laborioso, hecho a pulso, inteligente y estupendo quien quiere a mi
hermano como si fuese su hijo.
Nancy es a mí ver, lo que tantos otros tenemos en nuestras
casas y nuestros hogares: una extraordinaria compañera, una amante perfecta,
una amorosa amiga, una maravillosa esposa, una mujer que respira paz y apoyo,
dulzura y paciencia, firmeza y compasión, carácter y queridura, es el bastón
que en tantas ocasiones requerimos al subir la montaña, o es la roca a la cual
ascendemos.
Es hija, esposa; ha sido mamá de hijos de mi hermano; es
cómplice de los sueños de Armando, es socia de su reposo, es pareja de sus
delirios, y ante todo es una mujer que le quiere.
Nancy: Ud. es todas las mujeres, y todas las mujeres son Ud.
¡Gracias por acompañar a mi muy querido hermano!
Feliz día de la MUJER: su cuñado,
Mauricio Jaramillo L.
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MI TÍA ROSITA
SERÍAN LAS
cuatro de la mañana de hoy agosto quince del dos mil trece… me desperté
pensando en mi tía Rosa, en Rosita como le decimos desde que la conocemos, pues
una rosa es muy linda pero tiene espinas, y una rosita, creo yo, no las tiene,
se las quitan; o ella misma, para poder querer a todos extirpó hasta la más
remota púa de su ser; y se dedicó, sin esfuerzo alguno, sin obligarse, porque
así es ella, a darse a los demás y con sus mansas pero firmes maneras dispensar un dulce amor a los de su entorno.
Mi tía
Rosita tiene una espléndida condición que pertenece a los viejos, pero que en
ella, por una extraordinaria gracia de la naturaleza se le magnífica, y es
aquella extrañísima de verse cada vez más agradable, su perfil adquiere ángulos
muy nobles y sus suaves modales llevan a todos los que tienen la gracia de
estar con ella a sentirse tranquilos, cuidados por la bondad que le fluye por
temperamento.
Tiene ya
noventa y un años y es la sobreviviente más vieja de nuestra estirpe, a la que
sus hijos han cuidado cual corresponde a una flor, y sobre la que giran
planetariamente muchísimos parientes y amigos.
Mi tía
Rosita, compañera de la vida de mi tío Hernán, ha sobrevivido a tempestades de
variados órdenes, unas políticas ―que son las de menor importancia― y otras
afectivas que son las que en verdad rasgan el cuerpo y doblegan el espíritu. Y
frente a estas, creo yo, ha puesto en la balanza, como lo hacen todas las
madres del mundo, el que los muertos dejan su huella en las vísceras pero los
vivos necesitan trasegar todavía por el camino; y a esos, a los que viven, a
los que están aquí en la tierra, a los mortales, mi tía Rosita les ha dado lo
que más gusta a los pollitos de la gallina clueca: el amor.
Yo no tengo
sino recuerdos buenos de ella. Por ejemplo, allá en las brumas de mi infancia,
en el apartamento de mi abuela Graciela, calle treinta y nueve con carrera diez
y siete, barrio de La Soledad, cerca de la casa de los Jaramillo Ocampo, mi
mamá me llevaba, seguramente en compañía de mi hermano Armando, a costurero, y
yo jugaba en el tapete de la sala a los pies de las señoras que tejían, y las
oía hablar y hablar y hablar, y entonces me dormía, feliz de estar acompañado,
y allí, estoy seguro, estaba mi tía Rosita.
También
rememoro las visitas a su casa del barrio La Soledad, casa frente a la cual
estaba situada la de un abogado íntimo de mi tío; y en esta casa jugábamos a
deslizarnos por la escalera y comíamos golosinas, y mi hermano Armando ―hace
poco me recordaba él―, me dijo que daban té en las horas de la tarde, y que él
odiaba el té.
Y en
Gavilanes, la finca de café, caña y ganado, a la que se llegaba por entre
guaduales y barriales y gigantescos
árboles de gualanday y de higuerón, jugábamos todos los primos ―una enorme cantidad
de niños― que bien en julio, bien en diciembre, querían siempre buñuelos,
natilla, mazamorra caliente con panela, también montar a caballo e ir al
establo y a la ramada con su formidable trapiche, treparnos en el cuero enorme
que servía para arrastrar el bagazo de la caña con el que se fundía la miel de
los fondos paneleros y que la mula nos diese vueltas y vueltas felices nosotros
de caernos, llenarnos de pedazos de desecho de caña, tomar Freskola con
Gellito, verle las enormes huevas al toro holstein gigantesco y malhumorado,
presenciar cómo corría la leche por la pared helada pues la refrigeraban para
que se conservase mejor. Y los diciembres, las navidades ¡qué maravilla!; las
novenas que nos gustaban pero nos parecían larguísimas, las comidas, las bromas
que nos gastábamos, las burradas que contra las niñas hacíamos, y la piscina
donde nos achicharrábamos desde las diez de la mañana hasta las cinco de la
tarde como si fuéramos gusarapos acuáticos; y ver un extraño juego llamado golf
cuyas blancas y arrugadas bolas se colocaban sobre unos palitos cóncavos y los
señores usaban unos zapatones enormes llenos de clavos; en fin, vacaciones
donde mi tía Rosita no se sentía sino cuando le tiraba un zapatazo a Felipe por
su necedad o acudía en mi auxilio al verme ahorcado, morado, con la lengua
afuera, desfalleciendo, a punto de morir, en manos de mi primo Gabriel quien me
encuellaba y quería matarme quién sabe
por qué; y soportar la barbarie de Mauricio, yo, quien en un arranque de ira,
pues me estaba quitando mi papa preferida, le clavé a Felipe ―su hijo― un
tenedor en el brazo.
Y desde
allí, hasta hoy, siempre, encontrábamos en mi tía Rosita alguien paciente,
amoroso, cariñoso, suave, sonriente, alegre.
Algunos son
tenidos por magnos poetas, o políticos destacados, o gigantes de la ciencia,
pero muy pocos se destacan por la grandeza de su afecto y la ternura de su
corazón: mi tía Rosita pertenece, para orgullo de nuestro linaje, a esta especial
categoría de humanos.
Ah, y una
última cosa, de entre las miles y miles que se podrían decir y recordar sobre
ella, gracias a su presencia persiste, porque la inteligencia que le asiste es
muy grande, esa maravillosa unión familiar, ese gigantesco número de polluelos
que se recuestan sobre esta mamá gallina.
De su sobrino: M J L
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