LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA
LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA, Antony Beevor, (1946 ― ),
escrita en 1982 pero revisada a finales del siglo XX valiéndose de los al fin
abiertos archivos rusos.
Novecientas páginas plenas de
citas, mapas, reseñas, cronología, índice alfabético, fotografía. Una obra de
investigación histórica densa, bien escrita, seria, con la neutralidad de un
demócrata inglés enemigo de la totalidad de los totalitarismos, sean estos de
izquierda o derecha, monárquicos o proletarios, marxistas o católicos. El
libro, prestado por Pacho Vergara, informa con precisión cada día, cada semana,
cada mes los acontecimientos de la España del 36 al 39. Victoria de la
República derrota de la misma.
Es tan conmovedora esta guerra,
tan violenta, tan cercana a la Colombia nuestra, a la barbarie salvaje que nos
hermana a castellanos y colombianos que me obliga a reflexionar muy en serio
sobre la obra y los hechos.
Una nación campesina intenta
entrar en la modernidad europea haciéndose democrática, republicana, liberal,
socialista, comunista, anticlerical y reformista.
La monarquía, presidida por un
joven heredero que se movía entre sus conciudadanos como un pingüino en un
desierto sahariano, estaba condenada por el vecindario iconoclasta de la
Francia revolucionaria, de la Inglaterra parlamentaria, de la Rusia bolchevique,
de la derrota de la monarquía alemana, del surgimiento del fascismo, penada al
exilio y a la abdicación. Y así ocurre: una revolución republicana obliga al
rey al abandono del poder.
El nuevo país, exultante ante el
cambio, nace fracturado: mil pedazos explotan como granada política en España.
Monarquistas, católicos a ultranza, falangistas ultraderechistas, realistas de
antaño, militaristas, totalitaristas de derecha; por el lado renovador
republicanos puros, parlamentaristas demócratas, liberales, socialistas,
anarquistas de distintos matices, sindicalistas, reformistas, agraristas,
comunistas de la III internacional (la Comintern), trotskistas, poetas,
literatos, historiadores, profesores, idealistas, ideólogos.
Facciones, escisiones. Liderazgos
débiles y confusos como el de Azaña o Negrín o Largo Caballero o Company entre
los republicanos, duros pero efímeros como el de Primo de Rivera o Calvo Sotelo
y el general Sanjurjo. Unidos al caos parlamentario, al enfrentamiento de las
banderías republicanas (anarquistas versus comunistas, liberales versus
socialistas, y todos contra todos) sembraron fértiles aguas de discordia y
empantanaron el territorio de la democracia española.
Europa salía de su marasmo
antigermánico y veía crecer dos corrientes de acción antipódicas que se
expandían como mancha de aceite por el mundo: el bolchevismo estalinista,
estatista, ateo, colectivista, destructor de la sacrosanta propiedad privada,
monopartidista, y el totalitarismo nazi unido a la fascia corporativista, estatista,
totalitaria basada en una economía dirigista que protegía gremios industriales
y perseguía opositores a sangre y antorcha.
Se asomaba la guerra, las orejas
del cisma y la barbarie aparecían en las laderas de Segovia y Múnich.
Estalla la granada mortal. Desde
Africa morisca llegan los batallones de Franco; los militares y la armada como
un rayo se toman el arco occidental de España y Mallorca; Hitler y Mussolini
envían tropas, balas y aviones. La República que va cayendo gradualmente en manos
de los estalinistas busca el apoyo de las llamadas democracias occidentales,
encuentran a Chamberlain y los apaciguamientos de la bestia nazi como
respuesta, hallan la vergonzosa neutralidad inglesa, la cobardía francesa, el
aislacionismo cínico de USA; se encuentran solos, íngrimos con su valentía y
sus sueños, su Pasionaria y sus asesores soviéticos presos de la histeria anti
trotskista, viendo en cada esquina un traidor, fusilando monarquistas; los
anarquistas destruyen conventos y cristos.
Se ejecutan desde el gobierno
madrileño los decretos progresistas de la República, reforman el agro,
colectivizan industrias, aterran a los propietarios, siembran secretas semillas
de odio entre la clase media, expulsan la religión de la enseñanza, y, claro,
se enzarzan en batallas ideológicas hasta llegar a matarse; se persiguen, se
fusilan unos a otros, se crean órganos tiránicos que semejan el Terror de la
revolución francesa.
La derecha totalitaria,
monárquica, católica y tradicionalista cree que el golpe basta para tumbar la
República; la democracia progresista, con el apoyo ruso y el idealismo español
resiste el atentado del 17 de julio de 1936.
Y se desatan la Inquisición, el
Apocalipsis, el Armagedón. Dos visiones del mundo, dos caminos.
Por el lado republicano los
batallones se enfrentan en una guerra de movimientos a los nacionales, usan
conceptos militares arcaicos; por el lado falangista se consolida la dirección
de la guerra, convertida ya en un enfrentamiento de largo plazo, una guerra
civil, en una sola persona: Franco, el Caudillo, quien derrotado en Madrid
decide extirpar la “sífilis rusa” del oeste hispánico y va gradualmente tomando
pueblos, provincias, departamentos sin dejar un solo rojo vivo: hace la guerra
basado en aviación, tanques, ametralladoras, y barbarie provocada por sus
tropas marroquíes quienes reciben como premio el saqueo y los cuerpos de las
mujeres republicanas. No hay escisiones significativas en el lado nacional,
todo lo contrario del costado republicano.
Los falangistas reciben el sostén
alemán e italiano y el soporte de la dictadura portuguesa de Salazar. La
democracia está sola: únicamente Rusia la apoya.
Tres años horribles; la batalla
de Madrid, la ofensiva de Brunete, Guernica, Teruel y el Ebro, Aragón se pierde
y Barcelona cae, la huida a Francia. El 19 de mayo del 39 se pasean las tropas
nacionales triunfantes en La Castellana y rinden homenaje a quien por treinta y nueve años hará de España su feudo, el de su familia y sus amigos, el Caudillo Francisco
Franco Bahamonde que llevará a la península de Calderón de La Barca, de Lope de
Vega, Cervantes, Carlos V, García Lorca, la de la Alhambra, la culta España, a
ser uno de los países más atrasados del continente europeo, continuando la
tradición monárquica de vivir de las glorias del pasado.
«Cálzame las alpargatas,
dame la boina,
dame el fusil,
que voy a matar más rojos
que flores tienen
mayo y abril».
Tal cosa cantaban los nacionales carlistas llamados requetés.
Solidaridad Obrera: «Las órdenes religiosas han de ser disueltas, los obispos y cardenales ha
de ser fusilados. Y los bienes eclesiásticos han de ser expropiados».
Capitán franquista Gonzalo de
Aguilera: «hay que matar, matar y matar a todos los rojos, exterminar un tercio
de la población masculina y limpiar el país de proletarios».
En los muros escribían: «Vuestras
mujeres parirán fascistas», ante las hazañas sexuales de las tropas africanas…
Palabras del terrateniente
falangista Juan Luis Trescastro: «Acabamos de matar a Federico García Lorca. Yo
le metí dos tiros en el culo por maricón».
En su lecho de muerte, al
preguntarle al militar franquista Narváez si perdonaba a sus enemigos: «No
tengo ninguno. Los he matado a todos».
Don Miguel de Unamuno tuvo que
recibir en la Universidad de Salamanca a los falangistas en un acto del día de
la raza, 12 de octubre del 36. Al grito asesino de «Viva la muerte» respondió:
«… acabo de oír el necrófilo e insensato grito… he de deciros que esta ridícula
paradoja me parece repelente…» Entonces gritaron los falangistas:
« ¡Muera la inteligencia! ¡Viva
la muerte!» Don Miguel, valiente y vasco, les respondió:
«Venceréis, porque tenéis sobrada
fuerza bruta… pero algo os falta: razón y derecho en la lucha…».
Gonzalo de Aguilera, conde de
Alba y Yeltes, gran terrateniente, declaró ante la prensa que el día 18 de
julio de 1936 «hizo poner en fila india a los jornaleros de sus tierras,
escogió a seis y los fusiló delante de los demás. Pour encourager les autres, ¿comprende?»
Anarcosindicalistas armados y partidarios
del Comintern se dedicaron a la «higiene social», creando sus propias cárceles
y señalando a quienes debían ser «paseados» (eliminados).
Colocaron el retrato del
Generalísimo en todas las escuelas y colegios lo que llevó a los niños a dudar:
«Oye mamá, ¿quién ha hecho el mundo? ¿Dios o Franco?»
El Caudillo solía leer las
sentencias de muerte después de comer, muchas veces acompañado de su asesor
espiritual capellán Bulart. Franco anotaba en el expediente: «E» enterado para
que se ejecute (se fusile); «C» conmutado, o «Garrote y prensa».
El SIM (Servicio de Inteligencia Militar) condenó, fusiló, encarceló y
persiguió, en nombre de la República a miles de ciudadanos. Creó un odio tal
contra los comunistas y gobernantes republicanos que contribuyó, como un
bumerang de imbecilidad represiva, a la derrota de la libertad y la democracia
en España.
Conclusión: el divisionismo, la
fragmentación, las sectas fueron las causantes de la derrota de la República.
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