LOS MUSULMANES
LOS MUSULMANES
En
1517, Lutero clavó en la puerta de la iglesia de Wittenberg sus 95 tesis. El
Gran Cisma Protestante incendió Europa; tres siglos de guerras cristianas
asolaron el continente, miles de hombres murieron defendiendo sus creencias
católicas o cismáticas. La sangre, la secta, la infamia se apoderó de los
Evangelios; la Biblia se convirtió en una tea incendiaria cuya interpretación
producía torturas, crucifixiones, empalamientos, jesuitas, inquisidores y anglicanos.
En
el año 650 del Señor, un profeta llamado Mahoma recibió unas revelaciones por
medio del arcángel Gabriel. De allí nació El Corán libro sagrado del islam, que
según los musulmanes contiene la palabra de Dios. Como una exhalación de Alá,
los hombres del desierto en camellos y en veloces caballos alados, refinados y
resistentes, bayos, ruanos y negros, difundieron la palabra del profeta y
terminaron creando una religión mundial repartida por todo el planeta.
Pero
al igual que los cristianos se dividieron ―condición esencial de la bestia
humana― en sectas irreconciliables: los sunnitas ortodoxos; los chiitas
heterodoxos; los salafitas radicales; innumerables grupos y confesiones infestaron
el Islam.
Hoy,
el Medio Oriente está incendiado a similitud de las guerras fratricidas
cristianas. En el siglo del Internet, de la energía atómica, de la exploración
espacial, de la ciencia, la tecnología, la prolongación de la vida del hombre,
los chiitas pugnan por controlar a Siria y Yemen y los sunnitas se les
enfrentan. Desde las orillas del Mediterráneo hasta las montañas de Afganistán,
la barbarie, el salvajismo, las
decapitaciones, los ríos de sangre y horror enlodan los desiertos, derrumban la
estatuaria milenaria, descabezan niños, esclavizan a las mujeres y a los no
creyentes.
El
tiempo de la historia parece un bumerang de muerte. El caos del universo es
nada frente a la pasión fanática de los seres humanos. El honor, la libertad,
la vida misma, la felicidad, la paz, son efímeras emociones que duran quizás
unos meses, o unos años, y se destruyen como copas de fino cristal cayendo al
suelo.
¡Qué maldición!
MAURICIO JARAMILLO
LONDOÑO. Diciembre del 2015.
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